Este relato nos transporta al estado de Campeche, hace muchos años atrás, donde existía un muñeco encantado que tenía la misión de preservar y cuidar los cultivos de los ladrones.
Sin embargo, este no era un muñeco como cualquier otro, sino que en el día, carecía de movimiento, pero durante las noches, adquiría esa esencia vital para ponerse de pie y vigilar los campos de sembrado. Además, si alguien decidía acercarse a horas indebidas o sin permiso del dueño, el Canancol lo ahuyentaba con pedradas.
Sin embargo, construir a este personaje requería su procedimiento, pues se empleaba cera de abeja y posteriormente era vestido con hojas de las mazorcas. Sus ojos eran dos frijoles, mientras que sus dientes y uñas estaban hechos de maíz y frijol blanco respectivamente.
Para darle vida, se realizaba un ritual en el que un hechicero muy poderoso enlazaba el muñeco a la sangre del dueño, de forma que este tuviera poder sobre el Canancol. Y el arma que se le proporcionaba al Canancol para llevar a cabo su labor era una piedra en su mano derecha.

Cuando el dueño llega a su cultivo, tenía la costumbre de silbar 3 veces, pues esta fue la señal que se decidió para avisarle al muñeco que se trataba de él. Entonces caminaba hacia el Canancol y le retiraba la piedra de su mano para realizar posteriormente sus labores en el campo.
Pero al anochecer, colocaba nuevamente la piedra en la mano del muñeco y silbaba 3 veces para luego marcharse. De esta forma, el Canancol cobraba vida y caminaba por todo el sembradío en busca de posibles intrusos. Algunas personas afirman que para distraerse durante su vigilancia, solía silbar como un venado.