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La casita del horror

La leyenda de la piedra de Juluapan

La piedra de Juluapan

Si has visitado el noroeste de Colima, en México, seguramente has contemplado una roca de inmensas proporciones.

A poca distancia de Colima, se vislumbra las montañas que se tiñen de un azul cautivador. Tienen una constitución dilatada y se levantan hacia el firmamento como quien quiere tocarlo.

A mitad de su falda, resalta una roca de proporciones descomunales. El azul que reviste las montañas no llega a alcanzarla. Casi debajo de ella, se encuentra la comunidad de los pueblos originarios llamada Jualapan.

Esta es la leyenda de La piedra de Juluapan que pende sobre la población y sus moradores.

Dicen los que saben de historia que la piedra existe desde el periodo neolítico. En otras palabras, hace más de 2000 años se cree que un afamado rey guardó allí sus riquezas.

Está cubierta de fisuras y coronada por un pico. Cuentan los ancianos algo que parece tan fascinante como extraño, los indígenas no habían visto la piedra.

Aluden a que era gente muy laboriosa y abstraída en sus oficios, ignoraban a aquello más allá de su tierra. Se pasan el día con diferentes trabajos, entre ellos la elaboración de sombreros con hojas de palma.

¿Quién sería el rey dueño de la fortuna? Pues, se estima que el monarca Ix, su nombre tiene origen azteca. Cuenta la leyenda que tenía el señorío sobre regiones extensas y muy ricas.

Su fama le precedía y se extendió hasta el territorio chino. Se cree que las flotas chinas atravesaban el océano para comerciar con Ix y en casos puntuales, declararle la guerra.

La visita de Wange Wi

En cierta ocasión, vino en una flota una persona de alto rango de nombre Wange Wei. Wei era conocedor de la fama del rey Ix, lo que ayudó a que se le atendiese con cortesía y hospitalidad.

Ambos hombres salieron a caminar un día, cuando el foráneo notó la exuberante piedra en la montaña. Llevado por la curiosidad, consultó si era una tumba o un templo.

El monarca respondió con solemnidad que ambas apreciaciones eran incorrectas. Wei agregó sin tardar que sería un buen mausoleo para un rey de la talla de su anfitrión.

Antes de partir, Wang Wei sacó del buque obsequios para agradecer las atenciones de Ix. Los regalos comprendían diamantes, perlas y gemas. Transcurrieron los años, dando como resultado una estrecha amistad entre ambos personajes.

De tal manera, que Wang Wei tenía permitido volver a visitar a Ix las veces que gustase. El forastero nunca se presentó con las manos vacías, como lo hiciese al principio siempre se despedía entre costosos obsequios.

Algunos años más tarde, el rey Ix falleció. Lo embalsamaron y sepultaron acompañado de los tesoros que su gran amigo le diese en vida. Tuvo por sepulcro aquel que construyese en la piedra de Juluapan.

Los ancianos aseveran que muchos siglos después, los pueblos originarios dieron con la tumba y la inspeccionaron. Hallaron el cuerpo del monarca rodeado de las joyas.

Con la certeza de su existencia, muchos se han aventurado en un intento por dar con la tumba. De descubrirla y reclamar el tesoro. Sin embargo, después de los primeros indígenas nadie ha podido repetir la hazaña.

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