
Esta leyenda le sucedió a Pancho Rojas, un hombre que salía todas las mañanas a trabajar como arriero para conseguir sus alimentos de cada día.
En una ocasión el hombre inició su camino como de costumbre, cuando en su mente comenzaron a cruzar las conversaciones que mantenía con sus amigos. Algunos de ellos le contaron historias de tesoros ocultos en cuevas, que habían vuelto extremadamente ricas a algunas personas.
Fue entonces cuando en lugar de su camino habitual decidió aventurarse al cerro partido, un lugar en donde buscó y buscó durante algunas horas hasta hallar una cueva. Para su regocijo y asombro cuando la halló, estaba llena de oro y joyas de incalculable valor.
La felicidad lo inundó, y con un par de sacos que llevaba con él, los cargó de tanto oro como le fue posible. Ya iba de salida cuando una voz cuestionó sus intenciones. El hombre se aterró pero también contestó tímidamente, acordando entregar la mitad del dinero como manda a la virgen de Guadalupe.
El recorrido fue algo aburrido y sin chiste, pero la fortuna estaba de su lado. Finalmente llegó a la capilla de la virgen donde dejaría lo prometido, pero lleno de avaricia pasó de largo intentando quedarse con todo.
Fue ahí cuando todas las monedas que cargaba fueron transformadas en rocas sin ningún valor. El hombre arrepentido intentó volver a la cueva de donde las extrajo, pero nunca logró encontrarla.
Las personas dicen que esa cueva suele aparecerse a algunos viajeros que transitan el sitio, y que si son capaces de olvidarse de su codicia podrán conservar la parte que les corresponde según lo pactado.