Se cuenta que en el convento de San Francisco hoy museo regional, había un grupo de seminaristas. Los chicos acudían a la misa cada día religiosamente, cuando uno de ellos percibió una mirada que lo seguía persistentemente. Busco de dónde provenía esa sensación, y para su sorpresa al voltear a un costado de él, observó a la mujer más hermosa que te puedas imaginar. Le coqueteaba.
El joven ignoró las insinuaciones y siguió en su labor. A la mañana siguiente se repitió la situación. El chico de alguna forma también sentía una atracción hacia ella, pero sabiendo que había dado sus votos a dios, acudió con el párroco a pedir un consejo.
El párroco le advirtió que aquella mujer se trataba del demonio intentando de que abandonará su camino, aconsejando que al día siguiente en lugar de acudir a la iglesia como lo había estado haciendo, se quedará en sus habitaciones rezando para olvidar aquella mala experiencia.
El diablo perdió esta batalla, pero no perdería la guerra. Pasados unos días el demonio se presentó ante el joven que al mirarlo tomó una biblia, e inicio a rezar fervientemente mientras gritaba por ayuda.
Sus compañeros por su puesto escucharon todo el escándalo, y corrieron a auxiliarlo. Pero al llegar no lograron abrir la puerta, por lo que rezaron a su lado pidiendo ayuda divina. Probablemente este haya sido el motivo por el que el demonio retrocedió y salió del lugar lo más rápido posible, dejando un enorme agujero al que ahora se le conoce como “el agujero del demonio”