La siguiente leyenda tuvo lugar durante la época del porfiriato, cuando Heraclio Bernal fue acusado injustamente de un crimen que no cometió. Para fortuna de él y desfortuna de algunos hacendados muy ricos que se dedicaban a la minería, como una forma personal de cobrarse aquellos malos tiempos en la cárcel tomo revancha asaltando centros mineros.
Se sabe que una vez que Heraclio Bernal a quien llamaban “El rayo de Sinaloa” cometía una de sus fechorías, salía del lugar lo más rápido posible obsequiando una parte del botín a algunos de los pobladores de diferentes lugares.
Por supuesto estos actos de generosidad no fueron mal recibidos por las personas, quienes en agradecimiento proveían de pistas falsas a sus perseguidores, permitiéndole escapar y cometer asaltos en otros lugares donde se repetía la situación.
En una ocasión “El rayo de Sinaloa” llevaba una gran carga de oro y otros metales preciosos, que ascendían a cerca de unas 20 o 30 barras de plata y oro, cuando algunos de sus vigías le informaron que sus perseguidores estaban lo suficientemente próximos como para alcanzarlo.
Fue entonces cuando envió a dos de sus hombres de confianza, a buscar lugares donde pudieran esconder su tesoro. Los hombres volvieron y le informaron que había una laguna al que llamaban “El charco verde”, sin embargo, era demasiado profundo como para ver el fondo.
Heraclio Bernal meditó la situación durante unos instantes y ordenó a sus hombres que arrojaran los lingotes ahí, para recuperarlos más tarde. Las mulas que llevaban esa pesada carga ya estaban libres como para hacer acto de huida. Sin embargo la recuperación del dinero jamás se produciría, ya que por algún motivo debían retroceder cada vez que lo intentaban.
Se dice que ese oro sigue ahí cubierto por el agua de la laguna hasta nuestros días y aunque muchas personas han intentado extraerlo, nadie lo ha conseguido.