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La casita del horror

La leyenda de la taconera

La taconera

Los ancianos de la ciudad de Saltillo, Coahuila, en México narran la trágica historia de una mujer conocida por su belleza. Dicen que la mujer abandonó este mundo con una profunda tristeza que sin más remedio la llevó a la muerte.

Los pobladores la conocen como la leyenda de La taconera. Versa sobre la vida de una joven de una hermosura singular. Tenía la piel clara como el día, labios gruesos y mirada verde como las esmeraldas.

El mundo de esta bella muchacha se resumía a su anciana madre enferma. Ambas vivían juntas y la hija no se apartaba del lecho para desvivirse en cuidados hacia la convaleciente.

Por esta rutina, la chica no salía durante el día de la casa. No obstante, al caer la noche cambiaba la realidad. La moza esperaba a que su madre cayese en un profundo sueño, la arropaba con amor desmedido y se alistaba.

Extraía de entre sus posesiones un hermoso vestido junto a unos tacones que combinaban. Era la ropa que lucía para arrancarle suspiros a su amante, el hombre al que visitaba sin falla todas las noches.

Las gentes de la ciudad se recogían temprano en el calor hogareño y se entregaban al sueño. A pesar de ello, varios escuchaban sus caminar por el característico taconeo femenino.

Así se hizo de dominio popular el recorrido que hacía la mujer cada noche. Triste fue la noche aquella cuando al regresar del romántico encuentro entre taconeos, encontró a su madre inerte: presa de la muerte.

Su amada madre se había ido para no retornar. Las culpas hicieron mella en la pobre muchacha, ¿algo hubiese cambiado si hubiese permanecido en el hogar? No había quién respondiese su pregunta. La duda fue mortal, fue acabando con ella poco a poco hasta que la muchacha murió de pura pena.

Hay quien dice que la tristeza no consintió acabarla a tramos, sino que la empujó a suicidarse. De tal manera que se lanzó contra un vehículo en movimiento.

La cumbre de la leyenda

La leyenda tiene su punto álgido luego de su muerte. Los vecinos no salían del susto, cuando volvieron a escucharse por las calles del centro histórico el taconeo tan familiar.

Algunos reconocieron sin mucho esfuerzo que la mujer que producía ese taconeo, se encontraba entre los difuntos. Por eso, se negaron en redondo a asomarse por las ventanas de sus casas.

Otros fueron más osados, quizás pensando que todo era una broma pesada. Sin embargo, pese a que se asomaban nunca hallaban a nadie. Las calles donde los pasos se escuchaban con más nitidez era Juárez y Bravo.

Precisamente las calles cercanas al hogar de su amante. Hubo muchos desafortunados que vieron apariciones, una figura femenina con tacones que se pierde en la noche.

El taconeo tiene una peculiaridad muy marcada: se escucha solo de ida. Quienes van rumbo a esas calles lo escuchan con total claridad. Sin embargo, para quienes retornan simplemente es inaudible.

Los saltillenses advierten que nunca voltees si escuchas el taconeo a tus espaldas. Porque atestiguan que algunos se encontraron de lleno con una dama deformada y sangrante.

Esta con un potente grito querrá que huyas de ella, para que llevado por el miedo seas atropellado por un vehículo. De tal manera que seas otro alma penante como ella.

Otra versión

La leyenda de La taconera tiene otra versión que riñe con la primera. Se cuenta que su belleza atraía a todos los hombres de la ciudad. Con su solo paso firme entre taconeos, hacía que estos se girasen hacia ella para contemplarla.

Su rutina era buscar a su madre del trabajo dado que su horario terminaba entrada la noche. En una ocasión, un hombre quiso robarle un beso. Ella se resistió y después del forcejeo se libró del impertinente.

Para su desgracia, lo consiguió retrocediendo y un carro que recorría aquellas calles la atropelló. Quedó inerte a mitad de la calle. Desde entonces, en mitad de la noche se escuchan taconeos por la zona.

Comienza con calma, pero van adquiriendo rapidez hasta ubicarse detrás de los desprevenidos. Si voltean, se encontrarán con una mujer desfigurada que con sonoros gritos intentará de arrojarlos a la carretera.

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