Una leyenda llena de sentido de pertenencia nace en Michoacán en el siglo XVI. En esa época precolombina, diferentes tribus indígenas se extinguían a razón de la conquista española.
Allí se encontraba el pueblo de Purépecha, quienes eran los habitantes por derecho de esa región. Organizados, amables y trabajadores, vivían tranquilamente de la pesca y agricultura, hasta que la amenaza de los colonialistas llegó a ellos.
A pesar de ser pacíficos, su ejército de defensa estaba muy bien estructurado. Sin embargo, tenían un rey que no tomaba determinaciones contundentes y más bien podía ceder, ante las pretensiones de la corona española.
Mientras tanto, en estas tierras se encontraba una mujer de piel azabache, curvas tonificadas y exóticas, de una belleza inigualable. Se trataba de Eréndira, la hija del consejero del rey. De carácter indomable, amaba a su entorno más que a ella misma.
Se dice que su nombre significa risueña, puesto que siempre en su rostro surgía una sonrisa de dulzura e ironía, que le imprimía un encanto fuera de lo común. Eréndira odiaba a los españoles, porque a través de ellos desaparecían los pueblos vecinos y no quería esa suerte para los suyos.
Poseía un espíritu de lucha innato; desafió todas las leyes sociales de la época. Se negó a entablar matrimonio con el líder de su ejército, para más bien unirse a estos hombres en la lucha por la defensa de su territorio.
Inculcó a las mujeres y ancianos de la aldea el amor por sus tierras y raíces, por sus dioses, que tanto decía, les protegían. Era un alma libre, llena de pureza y osadía.
La lucha mortal
Cuando Hernán Cortés arribó a las tierras de los Purépecha, inmediatamente el rey Tzimtzicha, condescendió ante las exigencias de subordinar a su pueblo ante la monarquía española, cuestión que enfureció a Eréndira, animando al ejército, encabezado por su eterno enamorado Nanuma, a la defensa de su nación.
Una serie de acontecimientos sucedieron luego. Los nativos se sublevaron y fueron al encuentro de los españoles, que les superaban en número y armas. Algunos murieron; otros huyeron, como Nanuma.
Sin embargo nuestra heroína se vistió de guerra y se levantó con su arco y flecha a la lucha por su pueblo. En un ataque de astucia, logró robar un caballo al enemigo y siendo primera vez que le montase, dominó a esa bestia desconocida, usándola como medio, para acabar con la vida de algunos invasores.
¡Hay más!
Obviamente, a pesar de su esfuerzo e intención, el objetivo no fue logrado y cayó con una herida de guerra en el campo de batalla, en las ruinas de su pueblo que tanto amó y defendió, y que se suprimía entre llamas y charcos sangrientos.
No obstante, su valentía quedó plasmada en los corazones de los sobrevivientes. Aquella nativa de tez morena, fue capaz de alzar su voz e imponer sus ideales ante la bota opresora. Y así, esta historia ha sido contada de generación en generación como una gran hazaña, hasta nuestros días.