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La casita del horror

La leyenda de la casa de los perros

La casa de los perros

En Guadalajara, México, yace una leyenda muy popular sobre el Museo de las Imprentas y Artes Gráficas, que una vez, fue lugar de un acogedor hogar entre un anciano y su joven esposa. La llamada Casa de los Perros

Amor a tardía edad

Nos remontamos al siglo XVIII, a la finca de Don Jesús Flores, un acaudalado hombre de negocios, dedicado a la producción de café; a pesar de estar rodeado de riquezas, a su vida le faltaba el amor.

El peculio le proveía de mujeres de la vida fácil, pero en su regazo faltaba una compañera que le coreara en sus aventuras, hasta la consumación de sus días.

Este viudo conoce a Ana, la hija más joven de Doña Elodia, una viuda dedicada al fino arte de coser, cuya familia era modesta, honrada e intachable.

Al enterarse de que éste buscaba compañera, Ana, decide hacer uso de sus encantos y atrapa con su belleza al hombre, quien no dudó en desposarla, a pesar de la notoria diferencia de edad.

Decoración de altura

Luego del matrimonio, Ana decide remodelar la casa, agregando un segundo piso  y mandando a traer de Nueva York, dos estatuas de perros, que representarían la fachada exterior de su hogar.

La decoración fue a gusto de la ahora Sra. de Flores, quien complacida por su esposo, llenó de lujos aquella mansión.

La vida de estos esposos continuaba tan fructífera como el negocio familiar, todo ello, gracias a la pericia del dueño y la audacia del ayudante y mayordomo, llamado José Cuervo.

Entre Ana y José, surgió un amor clandestino. Se desconoce si Don Jesús se enteró de la infidelidad o murió antes de darse cuenta.

Espíritu intranquilo

Luego de la desaparición física del patrón, Ana y José no escondieron más su amor, decidiendo preparar su boda. Sucesos extraños comenzaron a ocurrir en aquella casa, en donde se escuchaban voces tenebrosas, al tiempo que las portezuelas y ventanas se abrían y cerraban de manera extraordinaria en horas de la noche. Se decía que era Don Jesús, desaprobando esta unión.

La pareja decide vender la propiedad e irse de la localidad, lejos de las habladurías y espantos.

La casa no podía ser habitada; de noche seguían los eventos paranormales, por lo cual fue abandonada. De allí surgió la creencia, de que si se rezaba en el mausoleo del difunto a las 12 de la noche, las escrituras de aquella propiedad les serían cedidas al valiente que lo hiciera.

Muchos templados lo intentaron, pero ninguno lo logró. Corrían despavoridos luego de iniciar las oraciones, puesto que una voz tenebrosa les respondía. Algunos, incluso, se desmayaban en el sitio.

Se dice que aún, hoy se siente el espíritu de la casa de los perros, por lo que al caer la noche, este lugar queda habitado, únicamente por el alma de Don Jesús, que luego de tres siglos, no descansa en paz.

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