Este relato nos transporta a hace muchos años atrás, cuando el comandante militar de plaza era el señor Francisco de Paula Toro. Este hombre decretó que se construyera un enorme puente.
Su mujer, llamada Mercedes López de Santa Anna, frecuentaba el puente en su recorrido diario, ya que este está localizado encima de las vías de desagüe del suburbio de Santa Ana.
Una mañana, la esposa del comandante, cuando se encontraba en su caminata, aprovechó para realizar una inspección del trabajo del puente que su marido pidió construir. Sin embargo, los trabajadores le comentaron a doña Mercedes, que iban a levantar pebeteros en los remates del puente.
Pero esta idea no fue del agrado de doña Mercedes, la cual acudió a su esposo y le pidió que, en lugar de estos, mejor levantaran estatuas de los perros de la familia, llamados Aníbal y Alejandro, pues estos fueron un obsequio de su hermano Antonio.
Y así, de este modo, las mascotas de la familia fueron levantadas en forma de estatua. Un dato curioso, es que cuando fue inaugurado, este se llama Puente de la Merced, pero con el paso de los años pasó a llamarse puente de los perros.