En una calle común y sin nada de particular de la Ciudad de México, está situada una peculiar estatua de un hombre cabizbajo y sentado sobre la acera.
La obra no tiene nada de especial, el tallado del hombre es desprolijo y sin gracia, el 100% de la misma es monocromática y es fuera de lugar.
Sin embargo, existe una leyenda acerca de este “monumento”, llamado así ya por formar parte de la cultura de aquel sector: La Leyenda del Indio Triste.
La historia
Esta leyenda tiene lugar en el siglo XVI –época de la conquista española sobre el pueblo Azteca–, donde todavía existía el eco de una guerra que se aproximaba.
Un oriundo llegó de acogida a la casa de una familia muy acaudalada para ser un esclavo, pero, a cambio de muchas riquezas también les serviría de espía.
Sintiéndose muy afortunado, aquel hombre aceptó y comenzó a ser vigilante de los planes que los líderes de su pueblo –los Aztecas– pensaban para liberarse.
No obstante, el tiempo pasó, y consumido por sus joyas, vestidos y grandes comodidades, el indio comenzó a distraerse de su deber y se ciñó a la buena vida.
Más tarde, otro hombre, también indio, descubrió que los Aztecas ya tenían toda una estrategia muy bien armada para atacar a los españoles y les informó.
Para aquél momento, la familia se enfureció contra aquél indio al que tanto habían favorecido por la inutilidad de su única tarea de servir como un espía.
Finalmente, fue despojado de todas sus posesiones y echado cual perro callejero, medio desnudo y sin un solo peso para comprar algo de pan o siquiera agua.
Al punto de perder su cordura, el indio se sentó sobre la acera junto a la casa de sus antiguos amos, sin esperanzas de vida o futuro hacia donde encaminar.
Las personas que pasaban se compadecían al verlo, brindándole pan para comer y agua para beber, los cuales por un tiempo recibió con agradecimiento.
Sin embargo, el tiempo siguió contando los días hasta que la demencia lo consumió por completo, y decidió dejar de recibir favores y siquiera tomar agua.
Días más tarde, el cuerpo del indio permanecía en el lugar y en la misma posición, con la cabeza enterrada entre sus rodillas y ya sin el aliento de una vida.
Fue un grupo de frailes del para entonces pueblo quienes tomaron el cuerpo y le rindieron una santa sepultura, cuyo nombre nunca supieron; solo el indio.
Su antiguo amo, complacido porque la invasión sobre su puerta ya no era un problema, pero aun guardando rencor, ordenó que se le esculpiera en piedra.
Así fue como lo plantaron en la misma acera donde había permanecido sentado desde su despido hasta la muerte, como un recordatorio de su gran ineptitud.
El llamado amenazante sigue hoy presente en la acerca de la que hoy es llamada calle Primera del Carmen, mientras su historia se sigue contando a visitantes.
Otra versión
Una historia en paralelo, cuenta que el error de este indio fue enamorarse perdidamente de la hija de aquella familia, una joven con quien sin duda no podría casarse, mas correspondidos vivieron su amor y ella quedó embarazada.
Descubierto por sus amos, fue echado, y con la esperanza de volver a ver a su amada también permaneció al pie de la puerta, donde eventualmente el hambre, la sed y una profunda tristeza lo llevó a expirar su último aliento de vida.
Esta versión también agrega que la doncella vivió un futuro similar puertas adentro de una profunda habitación, al igual que el bebé que habría sido el fruto de aquél amor; cuerpo que nunca salió, sino que fue escondido en las paredes.