
En Chapultepec hay una leyenda que está muy arraigada entre sus habitantes y se divulga como pólvora entre los foráneos. Dicen los lugareños que todo gira en torno a una mansión ubicada en la tercera sección del Bosque de Chapultepec.
Concretamente, en las cercanías del Panteón Dolores. La mansión en cuestión pertenecía a una ancianita que los pobladores llamaban cariñosamente tía Toña.
Tía Toña era una mujer acaudalada, tenía una inmensa fortuna que le dejó en herencia su amado esposo. Dado que en vida él fuese un influyente comerciante.
Sin su esposo, tía Toña se tornó en una figura de marcada soledad. Sin embargo, descolló en ella una gran bondad que le ganó la admiración de los morados de aquellas zonas. Ella carecía de otros parientes, no le queda ya familia alguna.
Los niños de Tía Toña
En un impulso de apalear tanta soledad y darle uso a sus recursos, decidió compartir su hogar. Alojó en la casona a niños que vivían en la calle, destinó su fortuna a atenderlos.
En poco tiempo, aquella inmensa casa estaba repleta de una multitud de menores. Tía Toña esperaba que la compañía de los pequeños diese un haz de luz, alegría y sentido a sus días.
Por ello, es comprensible que tantos vecinos de las poblaciones cercanas lo viesen como un acto de descomunal bondad. Tía Toña se dedicó a vestir, alimentar y brindarles cobijos a los niños.
Hubo un factor que escapó de los cálculos y ensueños de la anciana: los niños carecían de educación o modales. Al criarse en la calle, nadie les inculcó valores o educación alguna.
Al poco tiempo, se destapó toda la rebeldía y las innumerables trastadas de parte de los menores. Las travesuras así como los irrespetos solo iban en aumento.
De hecho, tía Toña descubrió que le estaban robando. Cada día la paciencia de la mujer disminuía como se acorta la mecha de una vela. Finalmente, la mujer estalló cuando los halló infraganti en la busca de dinero u objetos de valor para robar.
Presa de la ira
La rabia desmedida cegó a la mujer que sacó una fuerza impropia de su edad. Golpeó a los niños con tal violencia y contundencia que mató a cada uno de ellos.
Después fue hacia el peñasco que se encontraba en los alrededores de la vivienda. Iracunda lanzó los cadáveres al fondo donde acabarían en el torrente que discurría al pie.
La consciencia le volvió al cuerpo después de cometer el delito. Superada la ira desmedida, entendió la bestialidad de sus actos. Sus manos manchadas la perseguirían por el tiempo que le quedase de vida.
A sabiendas de ello, corroída por el desespero se sintió acorralada. Otra vez, perdió los estribos, el raciocinio la abandonó y le llevó a suicidarse en su dormitorio.
El motivo de la leyenda
Hay quien especula que todavía el cuerpo de la anciana permanece en la habitación. En ese escenario que desborda desesperación, amargura, culpa y soledad.
Son incontables los curiosos que procuran aventurarse al interior de la mansión. Sin embargo, la travesía presenta variedad de dificultades. Es un trayecto de amplia matorrales así como numerosas piedras que complican andar por esas zonas.
Cuentan quienes lo han intentado que hay gritos que retumban en el bosque. Gritos de los niños que murieron a manos de tía Toña que espantan a los más osados exploradores.
Por si fuera poco, aseguran haber visto en las ventanas asomarse a una silueta femenina. En la actualidad, la residencia está vigilada se corre el rumor de que los cuidadores también notan las irregularidades que se presentan.
Los testimonios continúan sobre un ente malvado que arroja objetos por las ventanas para ahuyentar a los entrometidos. Los cuidadores comentan que muchos de los que intentan entrar a la casona sufren diversos accidentes.